¡Hola, tú 😊!
Sí, tú, ese tú que hoy está buscando mejorar un poquito más su vida y sus relaciones. Hoy te prestamos los zapatos de tu vecino, así que… ¡Bienvenid@!
Déjame contarte algo que me pasó hace poco. Seguro te sirve para darle una vuelta al tema.
El otro día, en una comida de grupo, con gente conocida y menos conocida, de las que se alargan hasta que parece que el restaurante cierra solo por nuestra culpa, ocurrió algo anecdótico.
Después de los licores y de pagar la cuenta a escote, y mientras la tropa desfilaba a otros destinos, nos quedamos solo algunos en la puerta un rato más, arreglando el mundo entre risas y chascarrillos.
De repente, apareció la camarera, que había sido una súper profesional, claramente agobiada. Resulta que había cometido un error con la cuenta y cargado parte de nuestra comida a otra mesa. Y claro, si no lo arreglábamos, lo que faltaba tendría que pagarlo de su bolsillo.
A ver, no sé tú, pero para mí esto era sencillo: dividir el error entre los que quedábamos suponía poco más que un par de cafés por cabeza. Pero para ella, ¡era casi un día de salario!
Pagamos, sonreímos y seguimos nuestro camino. No porque fuese nuestro deber pagar lo consumido, ni porque seamos héroes, sino porque empatizamos con su situación. Quizás también influyó lo bien que nos atendió durante toda la comida, siempre con una sonrisa puesta.
A veces, ponerse en el lugar de otro no cuesta nada, pero significa muchísimo para la otra persona.
La lección de Carnegie
Esa experiencia conecta de lleno con una de las enseñanzas clave del libro: tratar de ver las cosas desde el punto de vista de la otra persona.
Suena fácil, ¿verdad? Ja, claro. Mentiría si dijera que es tan simple como parece. Ponerte en los zapatos de otro no es solo imaginarte en su lugar; es un acto consciente que hay que practicar, como cualquier otro hábito.
Carnegie decía que cualquiera puede criticar, pero, que comprender las razones detrás de los actos de los demás es cosa de personas realmente inteligentes. Y, francamente, ¡cuántas veces nos falta esa inteligencia emocional en nuestro día a día!
La empatía es un talento infravalorado y escaso en estos tiempos del yo primero. Muy escaso.
Empatía en acción
Volviendo al caso de la camarera, tal vez tenía demasiadas mesas, estaba preocupada por algo personal o esa dichosa tablet de las comandas no funcionaba bien.
¿La razón importa? No. Lo importante es entender que todos cometemos errores y, en lugar de señalar con el dedo, hacer el esfuerzo de ver las cosas desde su perspectiva.
Lleva esto a tus relaciones personales o profesionales. Piensa en esa vez que te cabreaste con tu compañero porque "no te hizo caso". ¡Seguro que fue mala fe! O, quién sabe, tal vez estaba lidiando con algo que tú ni imaginabas…
Hacer este esfuerzo no solo evita roces innecesarios, sino que mejora tu capacidad para negociar, convencer e influir. ¿Quién dijo que la empatía no era también una estrategia brillante?
Un pequeño reto
La próxima vez que te enfrentes a alguien que parece estar en tu contra, prueba esto: detente, respira y pregúntate qué harías tú en su lugar. Quizá descubras que sus razones son más válidas de lo que pensabas.
Como dijo Gerard Nierenberg: "Se consigue una buena cooperación cuando consideramos las ideas y sentimientos de la otra persona tan importantes como los propios."
La fórmula maravillosa
Así que aquí lo tienes, una nueva lección de la tercera parte de “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”:
Regla 8: Trata honradamente de ver las cosas desde el punto de vista de la otra persona.
Porque cuesta poco, pero puede cambiarlo todo.
¡Nos vemos en el próximo capítulo! Y recuerda: ser empático no es buscar ser un santo; es ser más hábil (y más listo) que el promedio. 😉
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