¡Hola y bienvenido una vez más! 😊
Seguimos en la tercera parte de “Cómo ganar amigos” en la sección titulada: Logra que los demás piensen como tú y hoy toca una de esas reglas un tanto “buenista” que nos trae Carnegie:
Regla No. 2: Demuestre respeto por las opiniones ajenas. Jamás diga a una persona que está equivocada
Mira, a mí tampoco me convencen las posturas absolutistas, y ese "jamás" tiene un toque que me chirría. A veces, la otra persona está equivocada y sería útil hacérselo saber. Pero el quid de la cuestión está en el cómo: decir las cosas con absoluto respeto.
Porque, por mucho que diga eso Carnegie en esa regla, y por lo que vamos entendiendo de su filosofía, el tema no es evitar dar opiniones, sino hacerlo de la manera adecuada.
De hecho, cuando tratas a alguien con respeto, no sólo evitas ganar un enemigo; es posible que ganes un aliado. Y quién sabe, quizá hasta logres que el otro piense igual que tú, sin que note que lo ha hecho.
Como decía Alexander Pope: “Se ha de enseñar a los hombres como si no se les enseñara, y proponerles cosas ignoradas como si fueran olvidadas.”
Te cuento una historia. Hace algún tiempo, tuve la oportunidad de presenciar una escena en una reunión de trabajo con dos compañeras, a las que llamaremos Esther y María, que viene al caso.
La reunión nos parecía clave, porque estábamos discutiendo la propuesta para un cliente grande, de esas que eran “para ayer”, con nuestro director presente. Con el tiempo, quedó claro que la propuesta no era tan trascendental, pero el problema que surgió sí que lo fue…
Esther era una currante brillante. Completa, organizada y enfocada, un 8 o un 9 en todo. María, por su parte, era un 11 en lo técnico, pero tenía un estilo más directo, casi cortante. La sutileza no es su fuerte. Digamos que juntas podrían ser un equipo imbatible, que ni el Madrid de los galácticos ni el Barça de Cruyff. Ni siquiera el Atleti del Sabio de Hortaleza 😉.
Al llegar a la reunión, Esther planteó su idea, convencida de que su enfoque era el adecuado. Pero apenas terminó de hablar, la expresión de María cambió. Claramente, no le gustaba la propuesta de Esther.
Con tono impaciente, casi cortante, soltó un “Eso no tiene sentido porque…” y empezó a desgranar las debilidades de la propuesta. Una a una. Al detalle.
Y la verdad es que sus objeciones podían ser válidas. Pero a partir de ese momento, ya todo daba igual. Se hizo el silencio en la sala, y vi cómo Esther se tensaba, poniéndose a la defensiva al instante. Se había cruzado una línea y la razón había pasado a un segundo plano.
Ambas pasaron de ser un posible equipo memorable a un enfrentamiento que solo perjudicó al proyecto. Hasta el punto de que no hubo más equipo. O mejor, sí lo hubo, pero fue otro.
¿Tenía razón María? Tal vez, pero su reacción creó un problema mayor. Hay una razón muy simple para esto: la mayoría de las personas no decide basándose en pura lógica. La realidad a la que apunta Carnegie es que tomamos decisiones movidos por el orgullo, la seguridad en nosotros mismos, nuestras experiencias y hasta miedos.
Es decir, cuando alguien siente que su dignidad está en juego, ya no busca “tener razón”, sino protegerse. Entonces, cuando corriges a alguien de forma brusca, el orgullo de esa persona se vuelve un escudo, y tu lógica aplastante pierde toda posibilidad de éxito.
Y esto pasa constantemente. Cuando señalas a alguien que “se equivoca” no sólo estás cuestionando su lógica, sino también su capacidad, su juicio, su valor como persona. O al menos, eso es lo que le haces sentir. Y por tanto, se va a aferrar a su idea con uñas y dientes.
En cambio, cuando muestras respeto por sus opiniones y eliges palabras suaves, transmites que no vienes a “ganar la discusión”. Vienes a escuchar, dialogar y buscar soluciones.
Ese pequeño cambio en el lenguaje y en la actitud, puede lograr que la gente encuentre por sí misma un camino hacia nuevas ideas, sin sentir que están traicionando las propias y que empiece a ceder.
Por eso Carnegie nos propone un enfoque distinto y que tiene todo el sentido: suavizar tus palabras. Usar frases como “Quizá me equivoque” o “A lo mejor se me escapa algo”. Si uno lo hace con humildad y no en tono irónico o jocoso, puede tener su efecto.
Ojo que la línea es muy fina. Se trata de mostrar a la otra persona que estás dispuesto a escuchar, a considerar su punto de vista. Y al sentirse escuchada, se baja la guardia, se abre a la conversación y a la posibilidad de encontrar una solución conjunta.
Cuenta el autor que Benjamin Franklin aprendió con el tiempo que no es útil afirmar con rotundidad “Estoy seguro de esto” o “Obviamente es así”. En lugar de eso, Franklin empezaba con un “Creo que” o “Me parece que”. Esta sutileza hizo que las personas estuvieran más dispuestas a colaborar con él y a considerar sus puntos de vista.
Carl Rogers, el psicólogo, señalaba que cuando alguien expresa un sentimiento, opinión o creencia, nuestra tendencia inmediata es decidir si tiene razón o no. Y que es muy raro que intentemos comprender qué sentido le da la otra persona a sus palabras.
Al final, como decía Martin Luther King: “Juzgo a la gente por sus principios, no por los míos”.
Recuerda, el qué puede ser inevitable, pero el cómo es siempre una elección.
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Me estan gustando mucho esta serie de artículos sobre el libro de Carnegie. Gracias por traerlos con ejemplos y de manera directa y comprensible.